Libro una cruzada personal contra el sectarismo. Hay algo obsesivo-compulsivo en ese afán y por eso he desarrollado una capacidad extraordinaria para detectarlos. Será instinto, intuición o práctica, pero a pesar de sus maniobras de distracción y sus disfraces, los reconozco rápidamente. Y huyo.
Hay sectarios de izquierdas y de derechas, incluso de centro. Sectarios de arriba y sectarios de abajo, el nuevo eje ideológico. Hay sectarismo académico, proletario, corporativo, periodístico y artístico. Sectarismo deportivo, educativo y oenegero. Religioso y feminista. Estético, ético y cibernético. Estamos rodeados.
Los sectarios carecen de sentido del humor. Es su principal rasgo distintivo. Suelen delatarse cuando anuncian con irritación “cosas con las que no se bromea”, a saber, el partido, el dios, los principios, los derechos, las banderas, la historia, las víctimas. Las suyas, claro está. La lógica de la resistencia no les suele conceder descansos para la risa, salvo si se trata de mofarse groseramente del adversario. Por supuesto, jamás se ríen de sí mismos.
No encajan bien la crítica. Cualquier reproche a las premisas, las propuestas, las consecuencias o las contradicciones, se considera un ataque. Y contraatacan, sin preguntar: “¿y vosotros? Vosotros más”. En mi caso, la mayoría de las veces ese “vosotros” es prejuzgado y no consentido; una especie de violación o denigración de mi autonomía intelectual que considero una ordinaria arma de guerra. Si no estás con ellos, lo tienen claro: estás con los otros. No hay nada en el medio. Estás en contra del aborto, eres un facha. Defiendes la memoria histórica, eres un rojo. ¿Puede haber más claro síntoma de alienación?
Son inmunes al rigor. Ni escuchan ni dejan hablar, pues no tienen nada que aprender ni reconsiderar. Están entrenados para no dejarse contaminar. Durante el discurso ajeno, consiguen anular cualquier actividad neuronal y reservar todas las fuerzas para la réplica posterior, que no tendrá en cuenta, en ningún caso, lo que haya dicho el otro. Sospecho que se trata de una técnica oriental secreta que sólo conocen los sectarios. Ojo, a veces está tan perfeccionada que se engalana de datos, hemeroteca y hasta referencias literarias. Hay sectarios muy profesionales, no se dejen engañar.
Atrincherados en la dinámica del conflicto, los sectarios sospechan de todo y de todos, por eso desarrollan discursos paranoicos. Son adictos a las teorías conspirativas, los cordones sanitarios, las purgas, los bloqueos, las consignas, las soflamas; cualquier cosa menos al diálogo, que contamina. Cada uno en su sitio y su papel, siempre en contra del otro. Temen acercar posiciones y que se relaje la tensión irreconciliable que sustenta –y financia- sus posiciones. La polaridad siempre ha sido un gran negocio y un lugar confortable para las élites.
Porque el sectarismo es cosa de las élites, de izquierdas y de derechas, las de arriba y las de abajo. La gente sencilla, la de la calle de verdad, la gran mayoría, no quiere dogmas, sino avances concretos para vivir mejor, aunque sólo sea un poco mejor. Serán menos estratégicos, pero mucho más prácticos. Normalizan las ideologías y alcanzan pactos diarios de manera natural, con el vecino, con la charcutera, con el colega de trabajo. Menos mal que entre ellos se ponen de acuerdo y el mundo sigue girando.
Ay, querida Yolanda, cuánta razón tienes. Estamos rodeados de ‘sectarios’ por todas partes, es bueno saberlo y es bueno tb CAER EN LA CUENTA de que nosotros mismos lo somos más de una vez. Tus reflexiones me han conducido a esta idea y compruebo lo sano que es estudiarse interna y rigorosamente. Quiérote.
-Jaime-