Un lobbista social defiende intereses colectivos de justicia, equidad y derechos humanos. Tiene dos reglas de oro: nunca habla de dinero y siempre está dispuesto a dialogar, aún con el mismísimo diablo, a su mejor conveniencia. Si además es bueno, será capaz de sentarse a hablar con Belcebú sin prejuicios y convencido de poder acercar posturas. El lobby es un ejercicio de persuasión que se basa en la íntima creencia de que podemos convencer a nuestro interlocutor de la bondad o la utilidad de nuestras propuestas. De este pretencioso presupuesto lo único verdaderamente imprescindible es la existencia de las propuestas. Todo lo demás es accesorio, tanto las convicciones propias como la mayor o menor capacidad de convicción. Sin propuestas, no hay nada que creer ni de lo que convencer. Un lobbista sin propuestas es como un bombero sin manguera.
Supongo que será por esa deformación profesional por lo que últimamente no termino de entender la postura de algunas ONG (ojo, hablamos de organizaciones, no de movimientos sociales) en el contexto político actual. Ante un gobierno conservador con mayoría absoluta en el Parlamento y para el que el control del déficit es mantra único, varias organizaciones han decidido atrincherarse detrás del “derecho a pataleta”. Algunas incluso proponen no dialogar con el Gobierno y despreciar los escasos cauces de participación que se les ofrecen. Lo más preocupante es que esta actitud no parece responder a una estrategia meditada fruto de la planificación al medio y largo plazo. Parecen más bien gestos improvisados e impulsivos que esconden la ausencia de propuestas.
La protesta y la resistencia son recursos políticos legítimos, pero en un contexto como el actual no sirven para nada si no son proactivos, constructivos y creativos. Porque ese nuevo contexto no sólo lo determina la mayoría absoluta del PP, sino también la pobrísima capacidad de movilización social de las ONG. Tanto lo uno como lo otro condiciona radicalmente nuestro margen de maniobra. Podemos enfadarnos y dejar de respirar, cruzarnos de brazos y maldecir, pero no conseguiremos nada, nadie nos escuchará ni nos apoyará. Si las cuentas salen fácil: ¿cuántas personas participaron en las recientes manifestaciones contra la pobreza? ¿Y cuántas acaban de votar al Partido Popular en Galicia?
Pero nos queda la capacidad de persuasión, tratar de convencer tanto al Gobierno y al resto de actores políticos como a la sociedad, con propuestas nuevas y ajustadas a la agenda política, económica y social. Ese ejercicio de seducción, como cualquier otro, se lleva a cabo desde el acercamiento, no con malas caras y gestos feos. Como dice el adagio, el roce hace el cariño.
El diálogo es imprescindible y no es incompatible, ni mucho menos, con la crítica ni con la denuncia. Ni tan siquiera con la movilización social. ¡Bien sabe Belcebú que venimos de negociar con San Pedro! El diálogo genera comprensión y respeto mutuo y eso necesitamos en estos tiempos de cambios profundos. Debe ser un elemento irrenunciable de las estrategias de las ONG, que deberán reforzar su capacidad de lobby y de incidencia política.
Además, ¿no es la disposición al diálogo lo más coherente con los valores que defendemos?
Aquí otra reflexión más para aportar al debate.
¿De qué sirve tanto diálogo? ¿Ha dado algún resultado? Respeto mutuo, comprensión… pero, ¿para qué? ¿Qué legitimidad tienes? ¿A quién representas? Empezamos a jugar al mismo juego que nos imponen, y a bailar al ritmo cambiante de una música que cambia constantemente (sin siquiera darnos tiempo para acoplarnos).
Todo esto es completamente inservible si no tenemos un respaldo claro de la sociedad civil. No podemos pretender movilizar, como tú bien has dicho, a 50 millones de personas en un día contra la pobreza. Y ¿por qué no? Pues por dos razones báiscas: la primera, no nos hemos trabajado a la base, la segunda, sólo nos hemos centrado en la dialéctica.
La gente no se lanza a las calles de un día para otro por motivos con los que no conecta. Si sólo nos dedicamos al trabajo «behind closed doors», perdemos nosotras mismas esa conexión con la realidad, el día a día, la problemática actual y, por lo tanto, también nuestro respaldo social.
La incidencia política no puede, ni debe, ser entendida sólo como trabajo con «representantes» políticos. Eso es sólo una pequeña – pequeñísima – parte del trabajo de lobby. Pero es también, lamentablemente, lo único que en muchas organizaciones se entiende como lobby.
Gracias por tu comentario. En este espacio nos gusta mucho el debate. Pero creo que no estamos en desacuerdo. Como digo, para hacer lobby (que como dice otra Virginia en otro comentario, es lo que es y no otra cosa) hacen falta propuestas y esas propuestas deben nacer, necesariamente, del análisis social, del conocimiento de la realidad y del contacto directo con la sociedad y con las comunidades o colectivos a los que pretendemos ayudar, defender o empoderar. Y como digo también, el lobby, el diálogo, la interlocución con quienes tienen la capacidad de tomar decisiones que nos afectan a todos no es incompatible con la denuncia y la movilización social. Las organizaciones deben invertir en ambos esfuerzos. Saludos!
Ufffff un poquito en desacuerdo con el post, muy en desacuerdo con el comentario de mi tocaya. Empezando por el final, hacer lobby, incidencia política o cabildeo es lo que es. Es hablarle al poder y tratar de convencerle de que lo que hace la organización a la que representas cuando hablas con él es útil, bueno e importante y tienes la legitimidad que otorga el trabajo realizado, el sufrimiento aliviado y las vidas que ha cambiado. Estos son sus argumentos en el diálogo
Las organizaciones juegan el juego y bailan el baile de quien les da el dinero para hacer posible su propia existencia. Si no quieres jugarlo ni bailarlo bien, perfecto, reconozcamos al menos que este ataque de principios nace del hecho de que se haya cerrado el grifo del dinero público. Tal vez esto, de alguna manera, sea una de las causas de la falta de capacidad de movilización de las organizaciónes.
Y mi desacuerdo con el post. Para entendernos, es muy feo hablar de pasta en la primera cita…pero imprescindible si la cosa cuaja y nos vamos juntos de vacaciones a Cullera (Valencia), por ejemplo.
Virginia, tu argumento es tan plástico que no puedo rebatirlo!
Desde mi ignorancia, la protesta social y el lobby, ¿no deberían ser dos caras de una misma moneda?, ¿no deben ser dos actuaciones complementarias?
No entiendo la protesta por la protesta, incluso el día que me meta detrás de una barricada querré a alguien que me represente intentando acercar a mis posiciones a mi «adversario» por medio del diálogo.
En las sociedades actuales sólo entiendo la protesta social si es un arma del que dialoga, del lobbista, la pataleta se la dejo a los niños de 4 años, y las entidades sociales hace años que debieron dejar atrás esas edades.
Evidentemente, si las cosas están mal habrá que salir a la calle y decirlo, gritarlo, publicarlo, esa es la única presión real que pueden ejercer las entidades sociales, pero nunca podemos limitarnos a eso (como bien dice el post, las entidades sociales no tienen tanta fuerza, al menos en España, como para cambiar el curso de las cosas desde la calle), me da igual que el gobierno de turno sea de derechas, de izquierdas o mediopensionista, hay que sentarse a hablar con él, y me da también igual cual sea el contexto económico o social en el que nos movamos, no nos engañemos, ninguno nos ha sido nunca totalmente favorable, no somos bancos.
Dicho esto, estoy totalmente de acuerdo con tu post Yolanda, necesitamos a los que se sientan a hablar con Belcebú y con San Pedro, sin necesidad de pedirles el carnet de militancia. Elegir, ya elegiremos a nuestros amigos.