Era muy temprano. Todavía hacía frío, pero la carretera estaba bien asfaltada. Aunque tenían dudas sobre la ruta, no discutieron: el destino parecía una certeza inaplazable.
Antes del primer peaje, amaneció.
Sin mirar el cuentakilómetros, él conducía atento y concentrado; ella elucubraba indolente y feliz. En un momento que no anunciaron los mapas, un túnel interminable los absorbió. Y vacilaron.
Buscaron consuelo en varias estaciones de servicio, pero no tenían apetito y el café era malo. Decidieron continuar viajando hasta que se hiciera de noche o el sueño les venciera.
Entonces el destino se volvió esquivo.
Aceleraron, atravesando en silencio el silencio.
– Te doy la vida entera, dijo ella de pronto.
– No sé si la quiero, respondió él.
Las marcas del frenazo todavía se pueden ver en la carretera. El impacto fue brutal. Ellos salieron despedidos. A punto estuvieron de morir. Había restos de palabras por todas partes.
El amor quedó tetrapléjico. Los médicos dijeron que no volvería a andar.
Es un milagro, repite la gente.
Lo es.
Lo fue.
A estas horas, el tráfico vuelve a ser fluido en la M-30.
Tristes desamores tras una apoplejía! Lo que yo he vivido me dice que recuperarse es arduo pero posible. Las cicatrices quedan pero la motricidad una vez recuperada es mil veces más valiosa y apreciada. :-)