A las perpetradoras de este blog nos ha parecido que el Debate sobre el Estado de la Nación es una excusa, tan buena como cualquier otra, para hacer lo que más nos gusta en este espacio: reflexionar, debatir… ¡e incluso disentir!
En lo que a mí respecta, soy Reincidente empedernida y no dejo de pensar, a veces contra toda evidencia empírica, que se trata de un momento importante para hablar de los problemas reales de los ciudadanos. Y buscar soluciones, claro. Y cuando digo ciudadanos me refiero a todos, también a los que generalmente están más ausentes del debate político.
Pensando en eso, se me había ocurrido titular este post algo así como “No es país para niños”, pero mucho me temo que la relación de España con sus ciudadanos más jóvenes es más compleja que todo eso. Obviamente, si nos comparamos con el resto del mundo, no podemos negar que nuestros niños constituyen, en términos generales, un pequeño grupo de seres privilegiados. Sin embargo, si reducimos la búsqueda a los países de nuestro entorno, empiezan las contradicciones. Los propios niños declaran, mayoritariamente, sentirse protegidos y bien cuidados en su contexto más cercano. Es cierto que la letra pequeña tiene truco, pero en su conjunto los niños españoles despuntan frente a sus homólogos europeos en lo que los expertos llaman “bienestar subjetivo”.
La cosa cambia sin embargo si buscamos indicadores objetivos: niveles de pobreza infantil muy superiores al de otros países de ingresos similares (y agravándose rápidamente como consecuencia de la crisis), que son resultado entre otras cosas de una inversión en infancia y familia muy inferior a la media europea (desde mucho antes de la crisis, por si acaso) y, algo más preocupante aún, mucho menos efectiva en cuanto a sus resultados.
Pero, en mi opinión, lo más preocupante de todo no son ni siquiera esos datos, que lo son. Es la exasperante facilidad con la que pasan desapercibidos. O tal vez no es exactamente eso, porque en algún momento sí se ha conseguido llamar la atención sobre el tema, pero en apenas un par de días nos volvemos a olvidar, sumergidos en las últimas novedades sobre la actualidad política, económica o deportiva.
¿Nos preocupan realmente nuestros niños? Aparentemente, los que sentimos realmente “nuestros” sí. Nuestros hijos e hijas, sobrinos, hijos de amigos… ¡pero ojo, son cosa nuestra! Cuando pensamos en ellos de manera más abstracta se convierten a menudo en “esos manipuladores”, unos seres “con los que se nos ha ido la mano”, que “sólo tienen derechos y ninguna responsabilidad” e incluso, en el peor de los casos, unos criminales en potencia (cuando no directamente en ejercicio).
Y pasamos a considerar cualquier anuncio político que hable de infancia como un ejercicio de demagogia, cuando no un mero gesto naif vacío de contenido, ajeno a la “real politik”.
Y sin embargo, no podemos olvidar que ellos representan casi el 20% de nuestra población. Que tienen derechos específicos, necesidades apremiantes y el mismo rango de ciudadanía que el resto, aunque no puedan ejercerlo cada cuatro años a través de un voto. Y, por si esto fuera poco, que de ellos depende nuestro futuro como sociedad a medio plazo. La sostenibilidad demográfica, económica y social de este país.
¿No es ese motivo suficiente como para reservarle algunos minutos en el Debate más importante del año?