Me enteré de la próxima celebración del Debate sobre el Estado de la Nación a través de Twitter, y lo primero que vi fue un comentario que decía algo así como: “de los dos días sobra uno y medio, tanta palabrería para concluir que estamos fatal y no sabemos cómo salir”. La verdad es que me entristeció porque, si algo necesita este país es precisamente eso, debate. Hasta hace unos días estaba rumiando un post en el que iba a hablar de que lo que necesitábamos desesperadamente era Política (así, con mayúsculas), pero me temo que Política sí que hay, en cada decisión que se toma, lo que ocurre es que casi nunca se explicita. Y, desde luego nunca se debate.
Seguro que si piensan en cualquier político la imagen que se les viene a la cabeza es la de un hombre o mujer solo ante multitud de micrófonos. La política (esta sí con minúsculas) se construye con demasiada frecuencia a base de monólogos, que además se repiten hasta el infinito aunque cambien los rostros, porque pocos se aventuran a salirse de las consignas dictadas desde los cuarteles generales. Incluso cuando se supone que hay debates (casi siempre en período pre-electoral y a regañadientes) es difícil pasar del “monólogo cruzado”.
Hace unas semanas, leí una columna de Soledad Gallego-Díaz sobre la reforma del sistema de salud británico que me llenó de envidia. En ella se explicaba el proceso, participativo y profundamente democrático, que David Cameron puso en marcha para garantizar que la decisión que se iba a tomar estaba basada en un debate informado. Muy lejos de nuestra realidad habitual.
Creo que un buen Debate sobre el Estado de la Nación es, ahora más que nunca, una necesidad esencial. Pero, por favor, no aprovechen la tribuna para tratar de demostrar que el otro tiene más casos de corrupción. Háganlo para debatir qué están dispuestos a hacer para acabar con esta lacra que nos desconcierta e indigna a todos por igual (y pueden empezar por incluir a los propios partidos políticos en la Ley de Transparencia, tal y como propone Transparencia Internacional entre otros). Hablen de herencia, sí, pero no de la que ustedes recibieron, sino de la que vamos a dejar a los más de dos millones de niños que, aquí y ahora, viven ya por debajo del umbral de la pobreza. Hablen, por favor, pero sobre todo, escuchen, a los de dentro y a los de fuera del hemiciclo, reflexionen, dialoguen y… si es posible, pónganse de acuerdo en algo. Todos lo agradeceremos.
Nuestra democracia es tan jóven y tan frágil comparada con la británica! Debatir y dialogar serían temas de la asignatura Educación para la Ciudadania de la que tanto se mofan algunos. También debería «instalarse» algún día en las familias, entre hombres y mujeres (!). Respetar y valorar la posición contraria en lugar de aniquilarla.
Por ahí va claramente la linea a seguir. ¿Por dónde empezamos?